Mientras que los libros de pedagogía dicen que
los niños aprenden bajo propuestas epistemológicas difíciles de comprender e
inaplicables en un aula de verdad, la realidad hasta ahora me indica que solo
hay que poner una gran sonrisa y motivarlos para hacer eso que deseamos que
hagan y engancharlos en un proyecto donde, sin darse cuenta, aprendan algo.
El proyecto de teatro les entusiasmó más de lo
que esperaba. En cuanto llegué al salón al otro día conecté mi laptop al
proyector y comencé a explicarles que requeríamos de un proyecto, y les dije
mis ideas. Les fui explicando la lista
de tareas y el perfil de cada uno de los participantes y no pude desear más
entusiasmo. Había manos levantadas para cooperar, para hacer, para pensar.
Hubo tal cantidad de ideas que mi ayudante de
director tuvo que brincar de su silla y poner orden. Creo que este niño es un
líder nato. No tuve que decirle lo que se requería de su puesto. Llegó un
momento en que se levantó y pegó algo en la puerta del salón ayudado por su
asistente. Preferí no leer lo que decía, sabía que me llevaría una sorpresa.
Las ideas flotaban desde calabazas poseídas por
fuerzas nocturnas hasta arboles disfrazados de conejo con sombreros de
calabaza. Incluso por un momento pude ver corriendo por el salón un árbol
desnudo en busca de sus hojas. Cada idea nos permitía ir centrando más y más nuestra
obra, hasta que después de dos horas, habíamos escrito, editado, leído buscado
en internet, aprendido dos palabras nuevas y aún teníamos ánimo para revisar un
par de libros que encontramos.
Me detuve por un segundo mientras guardaba mi
laptop al final de la clase y pensé cuanto habíamos hecho ese día en temas de
lenguaje. Un solo libro no habría sido capaz de darnos tantas excusas para reír
tanto y al mismo tiempo avanzar en nuestro proyecto. Antes de irse a casa una
niña regreso hasta mi lugar y me dijo en secreto: “¡Gracias!”.
Cuando le pregunté por qué me agradecía, me
respondió: “Odio actuar, prefiero ser la encargada de la escenografía”. Le
devolví la sonrisa y le dije que no dudaba que tendríamos el mejor escenario
del mundo.
Cuando salí del salón, vi el papel pegado más
debajo de la mitad de la puerta, era una hoja con letras casi dibujadas que
decía: “No interrumpir, estamos pensando en grandes ideas”. Trate de hacer
memoria cuando en mi vida escolar había tenido una gran idea y más aún, una
gran idea compartida.
Despegué con cuidado el papel y lo guardé en mi
portafolio. Es cursi, lo sé pero no podía creer el impacto de nuestro pequeño
proyecto escolar. Si un escritor de películas estuviera en el salón, los
espectadores habrían visto toda clase de imágenes saltando por toda la pantalla
y una voz diciendo, “no, pero entonces esta otra idea puede quedar mejor” y
habríamos visto la primera idea desvanecerse y otra ocuparía el centro del
escenario, como una obra de Bob Ross, con elementos felices fluyendo, pero lo
mejor de todo, es que los creadores de todo eso eran niños interesados en el
idioma inglés.
Mientras caminé a casa envié un mensaje a mi
gurú para decirle como había sido la sesión creativa. Recibí su respuesta
cuando estaba abriendo la puerta de mi departamento: “cuando un niño sonríe
mientras aprende, es señal de que estás haciendo lo correcto”.