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Friday, September 28, 2012

5. Llegando a casa



Había vívido siempre en una casa tan grande que mis amigos necesitaban GPS para encontrar el baño. Cuando mi padre se enteró de mi decisión de dar clases en Chicago, me dijo que podía rentar un rancho cerca de  la escuela y que contrataría a un chofer para mí, pero cuando le dije que esta vez solventaría mis gastos y me haría responsable de mi mismo, se levantó molesto de su escritorio y azotó la puerta de su estudio. Mi madre lo convenció de que me diera un voto de confianza y me dejaron hacer mis propios arreglos.

Conseguí rentar un departamento que tiene suficiente espacio para mí: una salita con un gran ventanal,  una cocina, un cuarto de lavado, un baño con regadera y una recamara. Tendría un garaje por si lo necesitaba, pero había planeado no tener que conducir. El precio de la gasolina en Chicago es de los más altos del país.

Mi madre me obsequió algunos muebles, estaban dentro del departamento cuando llegué. Los había adquirido en Ikea, que vende muebles de arme usted mismo, la verdad siempre he sido inútil para esas cosas, pero había llegado tan temprano a casa gracias al aventón que Gaby me había dado que tenía todo el día para armar lo más que pudiera.

Cuando le dije a Gaby donde viviría no pidió indicaciones, de hecho cuando me subí a su auto, me dio la impresión que el GPS estaba programado para llevarme a casa, por un momento pensé que me estaban secuestrando pero el miedo se desvaneció cuando vi libros y revistas, me pareció una persona educada.

Su auto era un hibrido, cuando le dije que me parecía que era un auto muy amplio y elegante, me explicó que era lo mejor para una ciudad tan costosa como Chicago, pues el precio de la gasolina es muy alto. Los autos híbridos permiten suficiente kilometraje como para absorber su costo en pocos meses.

Lo  poco que vi del trayecto al aeropuerto me pareció interesante, una ciudad muy poblada, con buenas vías de comunicación, con clima de verano y al parecer, mucha diversión. En realidad me había mantenido atento a la charla que  Gaby me estaba ofreciendo. 

Cuando llegamos a la entrada de los departamentos, me pareció que conocía el lugar, solo me pidió la calle y sin más preguntas me dejó frente a mi palacio. Gaby me dijo que tuviera cuidado con los mapaches, pero que si tenía oportunidad que les tomara una foto. Nunca en mi vida había visto un mapache, así que me asustó un poco la petición.

Pasé toda la tarde juntando la pieza A con la pieza B y me aseguré de que el internet funcionara, lo iba a necesitar. A las 1:30 am finalmente me acosté en la cama, al otro día tendría que ir a la escuela a conocer mi asignación. Estaba exhausto, pero feliz.

Tuesday, September 25, 2012

4. Encuentro con el destino



En el bullicio del aeropuerto tuve oportunidad de comer el sándwich con doble queso, y el jugo  que mi madre me había preparado y sabía que no tendría muchos de esos en los próximos meses a si que los disfruté al máximo. 

Cuando estaba listo para abordar el avión, vi a una señora con un embarazo casi de 11 meses, la pobre mujer se movía con tanta dificultad que un elefante habría bailado ballet si ella lo pedía, le pregunté si estaría cómoda en su asiento, pero dijo que no importaba la comodidad, sino llegar a su destino. Le pregunté a la encargada en el mostrador de la aerolínea si podía cambiar mi asiento en primera clase por el de la señora para que tuviera más espacio, con una sonrisa y un guiño me dijo que no podía ser más amable. Cuando le cambié mi boleto, la mujer sonrió tanto que pensé que el niño saldría por su boca.

Miré el número de mi nuevo asiento: 17B.

Cuando me tocó abordar me encontré con un pasillo tan reducido que apenas podría respirar, en el asiento junto a la ventanilla había una mujer poco interesada con mi presencia, tenía una cámara en sus manos y cuando encontró algo que tomar, hizo su tiro y luego dejó su cámara a un lado y me prestó un poco de atención.

Movió un poco la back pack que estaba a sus pies. No pude reconocer la nacionalidad de sus rasgos. Algo más captó afuera  su atención y volvió a tomar su cámara disparando un par de veces. Cuando finalmente guardo su cámara, tomó su celular de su bolsillo y envió un mensaje de texto.

Intenté estirarme en el limitado espacio y  mi vecina, con un acento extraño me preguntó si tenía suficiente espacio: “Suficiente por el precio del boleto”, le respondí. Ella sonrió y me dijo que era tonto pagar por boletos de primera clase, pues cuando el avión se cae, no hay distinciones. Ambos reímos y ella estiró las piernas y acomodó un suéter a modo de almohada, increíblemente, parecía que el espacio era suficiente para ella.

Volvió a sacar su celular para leer el mensaje de texto que le había llegado y sonriendo dijo: “Estoy regresando a casa después de dictar una conferencia y ya tengo ofertas para otra del otro lado del país”. 

En ese momento se anunció el cierre de la puerta del avión y comenzó el avión a moverse. Extrañamente no había nadie al otro lado de mi asiento. No sería tan malo el viaje después de todo.

No pude evitar hacer plática, pensé que su acento era interesante, un tanto educado por lo que comencé a sondear: ¿vas a Chicago de visita?

“No”, respondió ella con una gran sonrisa, “ahí vivo, fui a Atlanta a dar una conferencia y no puedo esperar para volver a casa”.
Oh, ¿a qué te dedicas?.
“Soy asesor educativo”.

Sus respuestas eran cortas, bien pensadas, como no queriendo ahondar, creo que no le gustó mucho el interrogatorio, así que preguntó: ¿Y usted?

Le conté con lujo de detalles que me tenía en ese avión y no pudimos evitar entablar una charla sobre educación, retos, perspectivas, historias, ejemplos; en realidad yo hablaba y ella escuchaba, pero cuando decía algo me brindaba información profunda sobre el tema de la educación. Cuando nos dimos cuenta, estábamos aterrizando en Chicago.

Ella me permitió ver por la ventana el centro de la ciudad, disfruté una vista extraordinario de una ciudad frente a un lago tan grande que parece un mar.

Me preguntó a que parte de la ciudad iría, cuando le dije que tenía un departamento  a dos calles de la escuela, me sonrió y dijo: “Puedo llevarlo, me queda de camino, si no le importa”.

Pretendí que no era necesario pero estando en una ciudad donde no conocía a nadie la oferta no pudo ser mejor. A demás, era bueno ahorrar el dinero de la renta del auto.

Me atreví a pedirle su correo electrónico y le pregunté si la podría molestar cuando tuviera dudas, tomando un papel y una pluma pequeñita, escribió su nombre y su correo cuando Gabrielle me lo dio, y dijo: “nada me hace más feliz que poder ayudar a un maestro con problemas”. 


Wednesday, September 19, 2012

3. El futuro me espera

La vida estaba pasando como sin sentirla, ya tenía 24 años y la única novia que había tenido me dejo cuando le dije que quería ser maestro de enseñanza básica. Supongo que mis palabras le pusieron fin a su idea de una casa con jardín y un auto a la puerta, con una vida como la que mi padre daba a mi madre siendo propietario de una empresa que figuraba en la Bolsa de Valores.

No sufrí demasiado por su actitud, después de todo deseaba probar mis propias ideas y había una posibilidad que mi primera asignación docente no fuera en mi ciudad natal.

Solo había tenido dos empleos en mi vida. El primero fue un momento de locura de mi padre que pensó que debería conocer su empresa desde los cimientos, y me hizo pasar por todas las pruebas para ser mensajero. Supuso que era una forma de conocer a todos y hacer una red profesional. El proceso tardó casi dos meses y dos días antes de que comenzara la Serie Mundial me notificaron que había sido aceptado en el turno nocturno. Trabajé con entusiasmo dos días y luego no pude dejar de lado asientos detrás de home. Perdí mi empleo y mi padre me gritó durante una semana.

Mi segundo empleo consistió en sacar a caminar al perro de mi vecino, ¿qué podría salir mal?, conocía a Ruffus desde hacía años y era un buen perro, salimos y cuando pensaba que estaba disfrutando la caminata, Ruffus corrió como poseído detrás de un gato, que no dudó en mostrar sus habilidades con las artes marciales, en menos de dos segundos Ruffus gritaba porque el gato lo había rasguñado. Como pude limpié la sangre, llevé a Ruffus a casa, le pedí que no dijera nada, pues era vergonzosa su situación y le notifiqué a mi vecino que tendría que ir a visitar a alguien en Aspen. No le cobré por la salida.

Como golpe del destino, quizá por que deseaba independizarme y mostrarle al mundo que podía hacer algo por mi mismo, mi tercer empleo sería en los suburbios de la ciudad de Chicago. Después de vivir en el ajetreo de Atlanta en Georgia, sería un buen cambio de aire. Se veía un lugar tranquilo y estaría lejos de los ojos de mi padre y de los cuidados de mi madre.

Con mi mísero sueldo, logré encontrar una habitación que me permitiría caminar hasta la escuela, con una biblioteca a golpe de piedra y la oportunidad de usar el sistema de transporte público si deseaba conocer el centro de Chicago. Eso le dejaba a mi madre el auto para ella sola y me daba el pretexto para visitarla solo en ocasiones especiales.

Después de disfrutar una cena e ir al cine, deje a mis dos mejores amigos para poder levantarme temprano y poder tomar un vuelo de Atlanta al aeropuerto O’Hare.  Había volado muchas veces en mi vida, pero este viaje tenía un sabor especial. Sería el primer día del resto de mi vida.

Me levanté esa mañana y mi madre estaba despierta, era raro en ella, pero me había preparado un sándwich y un jugo de naranja. Cuando me dio la bolsa con mi lunch, me dijo que me gustaba mucho esa combinación cuando iba a la escuela. La mire a los ojos por un momento. Creo que vi mi miedo reflejado en sus ojos, así que la abrace y le dije que todo estaría bien, que si las cosas no funcionaban prometía regresar para que me mantuviera algunos años más.

Sentí su abrazo como cuando me gradué, me miró por unos momentos fijamente y me recordó que mi familia siempre había tenido recursos económicos y que no tenía que probarle nada a nadie. Solo pude balbucear: “lo sé, esto no es para mostrarle a nadie que puedo, quiero demostrármelo a mi mismo”.

Me miró de nuevo y con una lagrima me dijo fuerte y claro: “estoy orgullosa de ti”.

Me preguntó si podía llevarme al aeropuerto, pero le dije que prefería comenzar a saber lo que era usar el transporte público, pero no aceptó mi respuesta. Le pidió a un chofer que me llevara al aeropuerto.

Friday, September 14, 2012

2. Regresando al salón de clase



 Los salones de clase vacíos siempre habían tenido cierta fascinación para mí. Eran lugares perfectos para encontrar paz, dormir un rato, hacer la tarea que se debía entregar en los siguientes 15 minutos o para esconderse de la chica a la que se le promete una tarde de charla. Era una suerte encontrarles abiertos, y todos saben que si se abre la puerta y hay una persona ahí, sin necesidad de decir palabra, se cierra la puerta sin hacer ruido.

Este salón no era diferente a los que  sufrí durante toda mi infancia: un cuadrado aburrido con ventanas y una puerta. Solo una puerta por la que se salía o entraba si alguien lo autoriza. Lo distinto de este salón, es que era yo quien tenía el poder de autorizar o negar la entrada.

Había 28 pupitres y una pantalla electrónica. Creo que extrañé un poco el pizarrón verde que había en mi primer salón de clases cuando tenía 5 años, hacía enojar a todos cuando limpiaba el gis y luego lo embarraba en la ropa oscura. Hace mucho que no veo uno de esos, pero los maestros se quejaban de que el gis les causaba daño respiratorio. Gajes del oficio.

En este salón había un escritorio y una silla, sin embargo no tuve el impulso de sentarme y señalar con mi dedo a la victima más cercana para decirle: ¡cállate y siéntate!, Tampoco encontré un manual de operación para maestros novatos. Solo una lista de asistencia y un montón de papeles que debía llenar con todo cuidado.

La directora del plantel abrió la puerta tan impulsivamente que cuando golpeó la pared me hizo brincar casi hasta el techo. Sin esperar que me recuperara  me dijo que estaba en el salón equivocado, que me habían reasignado, en lugar de impartir 6° grado, tendría el gusto de moldear mentes más jóvenes. Estaría dando clase a 2° grado. Niños de 7 a 8 años creyendo que yo era el rey, eso no estaría nada mal para comenzar, después de todo el 6° grado sería un problema con adolescentes que estarían en mi contra sin importar si jugábamos en el mismo equipo.

La directora caminó rápido y no volvió a mirar si yo la seguía, solo balbuceaba algo un tanto incoherente, pero logré comprender: creemos que un joven es más adecuado para la inagotable energía de niños pequeños. Estamos seguros que podrá hacerlo genial. 

Se detuvo en un salón que era igual al otro, un cuadrado con ventanas y una puerta, la única diferencia es que el pizarrón era un poco más grande y había un payaso multicolor  en la puerta con un mensaje en letras mayúsculas: BIENVENIDO. Cuando me detuve a mirarlo con más atención ella lo arrancó de un manotazo y dijo: “esto no le hace falta”.

Mi nueva asignación implicaba que al final del curso, mis victimas deberían comenzar a razonar y a concentrarse (igual que los jugos de naranja, habría que exprimirlos), mejorar su habilidad para procesar información, mejorar su concentración en una tarea específica, trabajar cooperativamente con un compañero o un grupo pequeño, comprender la diferencia entre correcto e incorrecto, hacer conexiones entre conceptos que les permitan comparar y contrastar ideas, expandir su vocabulario, usar verbos correctamente, leer fluidamente sus ideas, preguntar y responder quien, que, cuando, donde, por que y cómo, revisar y editar un escrito, comenzar a usar un diccionario, hacer operaciones aritméticas de manera mental para suma y resta, demostrar comprensión, comprender la hora y comprender conceptos básicos de multiplicación, y solo contaba con menos de ocho meses para lograr eso, comencé a sudar frio solo de pensar la enorme responsabilidad que tenía frente a mí, pero no iba a dejarme vencer. Después de todo era solo un empleo, y sabía bien lo que era fracasar en uno. Si no lograba hacer una carrera como maestro, seguro encontraría otra cosa que hacer.

Mire la lista y el sudor se convirtió en dolor de estómago, tenia 25 niños en clase, y además por sus apellidos tenían distintas nacionalidades. No tendría que lidiar solo con un programa, sino con barreras culturales.

Cerré la lista y salí corriendo de ahí, pensando que me reportaría enfermo el primer día de clase.
 

Wednesday, September 12, 2012

1. Encontrando mi camino



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Nunca me gustó la escuela. Creo que fui empujado al mundo de las bancas y los libros como muchos otros niños con el argumento inventado de ¡te va a gustar!, ¡vas a conocer nuevos amigos!, ¡vas a jugar mucho!.  Nunca vi nada divertido en que me forzaran a hacer cosas que no tenían sentido y que a veces tampoco importaba si lo hacía bien o mal, pues las más de las veces la evaluación de mi actuación dependía del humor del maestro en turno.

Cuando comenzaba a comprender cómo debía hacer las cosas, venía otro maestro. A veces la excusa es que siendo mujer tenían una panza muy abultada, o se había negado a besar al director. Creía que los maestros eran más estables que las maestras, pero siempre había una excusa para que los cambiaran de sector o los echaran de la escuela. No puedo recordar todos los nombres de quienes fueron mis guías académicos. Tampoco importa demasiado. Ir a la escuela era solo eso. Estar en un espacio confinado por unas cuantas horas.

Regresar a casa era lo mejor del día, pero si por alguna razón me había encontrado en medio de algún problema, o si ese día la maestra estaba de malas, debía conseguir la firma de mamá y entonces odiaba volver a casa. Nunca había una nota si había dicho algo genial durante la clase, o si había ayudado a hacer algo increíble, pero siempre había una nota si hacía o decía algo que era considerado indebido.

 El fin del bimestre era la peor pesadilla. Las calificaciones eran celosamente escondidas y solo mis papás podían verlas. La ansiedad crecía en cuanto mamá tomaba el espantoso papel que contenía la evaluación. Buscaba en sus ojos intentando averiguar si recibiría una tunda o bien tendría un poco de paz en casa, hasta la siguiente evaluación.

Cualquiera que piense que ser niño es fácil, no sabe que es el peor empleo del mundo. No tiene que ver con la diversión familiar, tiene que ver con el caótico mundo que los adultos y el resto de los compañeros crean. Aun no sé como sobreviví a todo ello.

Supongo que fueron los veranos y las vacaciones de invierno lo que me mantuvieron cuerdo. 

Es por eso que cuando llegó el momento de decidir a lo que dedicaría mi vida, al no ver la opción de top 10 en juegos de video o espectador de televisión profesional, la siguiente opción eran las ciencias, pero en la escuela nunca fue  divertido como el Discovery Channel.

 Debía encontrar algo que me diera dinero rápido, y no tenía muchas expectativas económicas, así que hice lo posible para tomar clases de pedagogía y llené una solicitud para ser maestro. Yo mismo me sorprendí pero pensé que era fácil fastidiar la infancia de otros, como tantos lo hicieron conmigo.

Los cursos para aprender pedagogía del desarrollo eran abrumadores, ¿Qué se suponía que debía comprender?: ¿cómo aprenden los niños o cómo los adultos quieren que aprendan?. Odiaba las clases pero las evaluaciones eran solo de memoria. No tenía que aplicar o entender, así que usaba técnicas nemotécnicas para recordar el ABC de las respuestas. Sabía que si encontraba empleo en una escuela, la práctica iba a darme mucho más que esos grandes libros de teorías no comprobadas.

Me gradué con el asombro de todos quienes me conocen y debo admitir, aún no sé como lo hice. Pero asumí las consecuencias de mis actos. Sería maestro, el más estricto que pudiera ser. Pero en lo más recóndito de mi cabeza deseaba hacer un poco por la miseria infantil, si lograba enseñarles algo, quizá valdría la pena todo el papeleo y las reuniones después de clase que sin duda el magisterio me darían como un extra a mi  paupérrimo salario.