Search This Blog

Thursday, May 15, 2014

31. El miedo a ser maestro


Cuando abrí el buzón, me sorprendió encontrar un sobre dorado con mi nombre escrito, así que no esperé a entrar  a casa y lo abrí ahí mismo. Era una invitación a un evento especial durante la semana de reconocimiento docente, el sobre y el papel eran muy elegantes y me sentí feliz de que finalmente mi nombre iba precedido de la palabra maestro. Después del pánico inicial y mi desgano por iniciar esa aventura, creo que me sienta bien de llevar esa palabra conmigo.

El día del evento me sentí nervioso al despertar, había muchas preguntas en mi cabeza revoloteando como palomas en un parque, ¿es tiempo de sentirme parte del gremio? ¿acaso dar clase a un grupo de niños me hace un maestro?

Cuando me comencé a rasurar vinieron a mi mente todos los recuerdos de mis días de estudiante. Las imágenes no eran muy agradables. Recordé la frustración por no poder aprobar los exámenes, las horas nefastas en que se prepara el escrito que el maestro nunca lea, la necedad de aprender cosas que no tienen sentido y el miedo de no caer bien a todos.

Decidí que ese no era el momento para mis miedos infantiles, que los dejaría para una charla con Gaby para poder reírme de todo ello y no verles con pesadumbre.

Cuando estaba a punto de cruzar la calle para ingresar a la escuela, encontré a los niños y sus padres contentos, todos dándome las gracias por mi labor diaria y por hacer agradables las clases. Recibí pequeños obsequios que fui poniendo con todo cuidado en mi back pack y luego me dirigí a las oficinas, donde había varios adornos que padres y administrativos habían colocado para hacernos sentir que por una semana, éramos los héroes de la comunidad.

Comencé a caminar hacia donde se llevaría a cabo la ceremonia de agradecimiento para todos los maestros, cuando me di cuenta que mi celular casi no tenía batería, así que regresé a una de las oficinas vacías para cargarlo por unos minutos.

Mientras esperaba pude ver una silueta al otro lado del pasillo. Al principio pensé que era una mochila, pero con un poco más de atención, noté que era una persona, sentada, con la cabeza entre las piernas y los brazos inmovilizando su cuerpo. Me acerqué con cuidado para no perturbar su postura, y me di cuenta que era un niño de primer grado.

Decidí sentarme junto a él, para hacerle compañía mientras se cargaba mi teléfono, pero él no se movió, me ignoró por varios minutos, por lo que comencé a buscar en mi chaqueta un dulce y cuando lo encontré, dije en voz alta: ¡wow, lo que puede uno encontrar en las chaquetas cuando no se les lava!

El pequeño cuerpo se movió ligeramente, pero no logré sacar su cabeza de entre sus piernas.

Me acerqué aún más y le toqué el hombro… ¿quieres la mitad de este dulce?, estoy a dieta, así te llevas la mitad de las calorías.

El pequeño comenzó a llorar y su cuerpo se movía como hoja arrastrada por el viento otoñal. Tuve que ser más directo en mi aproximación y lo abracé… increíblemente, su respuesta fue abrazarme tan fuerte que pensé que me ahogaría.

Poco a poco se tranquilizó y pude finalmente ver su cara, lo reconocí pues en una ocasión lo encontré sólo durante el recreo y me ayudó con la mitad de mi sándwich.

Sequé con cuidado sus lagrimas que estaban mezcladas con mocos, por lo que tuve que buscar un pañuelo para hacer un mejor trabajo, cuando finalmente me miró, le extendí el dulce y bromeando le dije que seguro el dulce tendría un montón de historias después de haber estado en mi chaqueta por meses.

Le pedí que me contara su historia, pero escondió la cara sobre mi pecho y fue claro que mi táctica de psicólogo barato no iba a funcionar. Así que le comencé a contar un cuento que mis alumnos y yo habíamos escrito para el día de las madres. Tenía toda clase de personajes, flores y bichos, supongo que le puse mucho emoción por que por un momento comenzó a reír. Si, reconozco que las ardillas no escupen sopa de brócoli y que las flores no atacan a las palomas… pero al fin esa carita me miró y comenzó a hablar:

-      Mi hermanastro le grita a mi mamá porque yo hago ruido en casa, mi mamá me grita porque juego sin hacer ruido en el patio, dice que soy raro. Mis compañeros me pegan para quitarme mi lunch y me da miedo venir a la escuela.

Le miré intentando no mostrarle lástima, sino comprensión. Le dije que a mi me daba pánico no hacer bien las cosas y no poder enseñar a los niños como se debe. Le dije que cuando niño me daba miedo hacer exámenes y hacer enojar Sara Johansenn  o a Peter Dutch, porque eso me costaría golpes al final del día.

-Los adultos no le tienen miedo a nada, y los maestros no pueden tener miedo, ¡son maestros!

Su mirada era de confusión, pero le explique que los adultos tenemos los mismos miedos de los niños, solo que crecían con nosotros y aprendíamos a ocultarlos.

En ese momento sonó mi celular y caminamos juntos hasta donde estaba. Era Gaby, molesta porque no me encontraba en la ceremonia, ¿dónde te metiste?, me preguntó.
Vi a mi nuevo amigo y le dije: ¿lo ves? los adultos también tenemos miedos, por ejemplo a estar en el lugar equivocado.

Le respondí a Gaby que en un momento la encontraría, y luego tomé de la mano a Edward, y le pedí que me acompañara a la ceremonia y se sentara junto a mi, pues yo tenía miedo de estar en el lugar equivocado, con las personas equivocadas.

Cuando todo concluyó, le pedí que me dijera los nombres de los chicos que le quitaban su lunch y juntos fuimos a darles una lección. Los miré y les dije que Edward no estaba solo, que tenía a un guardián y que si algo le pasaba, me aseguraría de que sus padres lo supieran.

Al salir, se lo entregue a su madre y le pedí que lo observara con atención, que su hijo tenía mucho que darle al mundo, pero necesitaba una pequeña ayuda de sus amigos.

No sé que significa ser maestro, pero sé que no son sólo los libros, sino el momento exacto en que uno se da cuenta que el celular no tiene batería, y que no hay nadie más a quien recurrir para enseñar a un niño que en la vida, todos tenemos miedo de algo,  ¡hasta de ser maestro!