Hice algunas prácticas educativas que me
empujaron a los salones mientras fui estudiante, pero la sensación de estar
frente a un grupo es algo absolutamente diferente, es una responsabilidad
indescriptible. La mirada de los niños cuando entraron al salón de clase me
hicieron desear salir corriendo, pero una pregunta inocente me convenció de que
valía la pena intentar: ¿tú nos vas a
enseñar a leer algo más que cuentos?.
¿Algo más que cuentos?… ¿acaso no sabían que ni
siquiera podía leer sus nombres?.
Comencé pidiéndoles que eligieran una tarjeta y
que escribieran en ella sus nombres, que las pusieran en una mica y la
colocaran sobre su pecho donde todos pudiéramos ver lo que habían escrito. Creo
que al igual que yo se sintieron fascinados por los colores. Parecía como si vieran por primera vez las
montañas de Colorado o un Iphone. Les pedí que dijeran uno a uno su nombre y su
canción favorita. Pasamos las primeras dos horas entre sonidos nuevos y risas.
¡Me sentí niño de nuevo!.
Durante el receso a la hora del almuerzo, los
niños mostraron orgullosos sus tarjetas a los otros niños, los miré con cierto
orgullo hasta que fui interrumpido por la directora y la psicóloga de la
escuela: ¿Qué es eso?, me preguntó la psicóloga. Me pareció tonta la pregunta,
pero totalmente relajado le dije que eran tarjetas de colores en las cuales los
niños habían escrito sus nombres. La directora me miró y pude claramente sentir como sus ojos se clavaban en los míos,
y dijo en voz alta, como si dictara algo a su teléfono: creí que había quedado
claro que esta no es una escuela en la que se permiten las diferencias. Las
tarjetas de colores están prohibidas, puede usar tarjetas del mismo color, pero
no haga diferencias entre los niños.
No lo podía creer, pero guardé la calma, y
respondí como si supiera de qué estaba hablando: habría discriminación si no
todos tuvieran tarjetas, pero todos eligieron la tarjeta que ellos quisieron y
TODOS tienen una. Si gusta le puedo obsequiar una a usted también. Esa fue la primera vez que entendí porque a
veces las cosas simples se vuelven complejas.
Ambas profesionales de la educación comenzaron
a caminar, y sin mirarme la directora dijo casi en un grito: le espero esta
tarde en mi oficina.
Cuando volvimos al salón, una niña me obsequió
un dulce: “lo guarde para usted”, me dijo con una pacífica inocencia. Lo tomé
como si fuera la llave de un Lamborghini, y solo pude decir gracias.
Durante la última hora, casi podía pronunciar
todos los nombres, solo había dos niños latinos cuyos nombres estaban plagados
de Rs que no lograba pronunciar claramente, mi lengua no puede hacer el
movimiento, pero me propuse que para el fin de semana tendría todo bajo
control. Finalmente, no hay nada más significativo que alguien lo llame a uno
por su nombre.
Al final de la clase, miré las paredes desnudas
del salón y pensé que sería bueno tener un poco de color, pero recordé que la
directora deseaba verme. ¿Quizá debía pedir permiso para decorar el salón?. Me
apenó un poco que los niños se sintieran bien conmigo y en un par de semanas la
directora resolviera que ya tenía bastante conmigo.
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