No podía dormir después de mi conversación sobre
la ciencia, pensaba en cómo los niños tomarían la tarea, en qué pensarían de
visitar un jardín, ¿les parecería bien a los padres?, ¿cuál sería la actitud de
la directora?, había salido bien librado con la noche de arte pero esto me
parecía más académico.
Me levante y redacté una nota a los padres para
pedirles que permitieran ir a los niños después de clase el viernes y si
algunos de ellos los podrían acompañar, anote la dirección, imprimí el
comunicado y puse todas las hojas sobre mi maleta. Tal vez eso me tranquilizó
porque dormí hasta que la alarma retumbó en mi oído.
Camino a la escuela, reconocí la casa, estaba
seguro que la había visto antes, y que había visto antes a esta mujer caminando
con dos perros por la mañana. Uno de los perros caminaba lento y el otro
avanzaba a grandes pasos, por lo que ella quedaba en medio de los dos.
Mientras estaba ocupado con mis pensamientos,
escuché una voz que decía: ¡Buenos días maestro!, cuando dirigí la mirada vi a
la pequeña Jackie caminando hacia mí.
Caminamos juntos hasta la escuela y vi a varios
padres de familia por lo que comencé a repartir la información y les pedí que
me ayudaran para darla a conocer. Todos fueron muy amables y cuando vieron la
dirección, niños y padres dijeron que conocían bien el lugar.
Parecía que todo sería sencillo de lograr en
ese punto.
Cuando entré al salón, comencé a hablarles a
los niños sobre mi encuentro con las plantas y les comenté el reto, lo primero
que íbamos a hacer es hablar con quién nos apoyaría en todo el proceso de hacer
plantas, luego haríamos equipos y algunos plantarían las semillas y entonces
algunos medirían el crecimiento y harían notas diarias, como en un diario,
otros tomarían fotos, algunos harían los escritos y otros expondrían la información
durante la feria de ciencia.
Les dije que seríamos como abejas, las cuales
cada uno tiene un trabajo específico para asegurar que todas siguieran sobre la
faz de la tierra. Hice dibujos en el pizarrón y en un momento miré las caras de
los niños que estaban sonriendo y escuchando todo lo que decía con tal atención
que creo que podía escuchar la respiración de cada uno.
Cuando terminé les pedí que hicieran preguntas
y si sus preguntas hubieran sido gotas de lluvia, habría podido documentar un
diluvio: ¿Puedo sembrar palomitas de maíz?, ¿puedo sembrar jitomates?, ¿puedo
regar las plantas con leche?... ¡dice mi mamá que la leche me hace crecer!,
¿puedo tomar fotografías de las semillas?, pero ¿cómo las voy a ver cuando
estén bajo la tierra?, ¿puedo… puedo… puedo…?. En 10 minutos conté 56 diferentes
preguntas, las cuales iba anotando discretamente.
El viernes al concluir el descanso les pregunté
quienes podrán ir después de clase a nuestro jardín especial y todos levantaron
la mano. Algunos dijeron que su mamá no podía llevarlos pero ya ellas se habían
organizado.
Cuando salimos de la escuela nos dirigimos
todos hacia nuestra cita, los niños rodearon una de las plantas y recibieron
una divertida y sencilla explicación sobre la labor de las abejas y la
polinización y el papel de las mariposas en el crecimiento de las plantas, y
aprendieron que hay diferentes tipos de plantas, lo curioso es que no eran las
explicaciones clásicas de los libros, eran respuestas a las preguntas de los niños
que parecía que nunca terminarían.
Algunas se dirigían a las plantas, otras a
las abejas y regresaban a las plantas y finalmente una se centró en uno de los
perros, los cuales eran peculiarmente tranquilos y parecía que disfrutaban de
los niños: ¿por qué su perro solo tiene una oreja negra?, y la respuesta fue:
¿cuál es tu teoría?.
Conté 12 explicaciones diferentes desde:
ustedes le pintan la oreja para diferenciarla, hasta a su mamá no le alcanzó la
pintura para que fuera completamente blanca, pero la respuesta de Tisha, que es una niña afroamericana casi me hizo
llorar pues dijo que Dios había tomado por ahí a la perrita para pintarla y
como Dios era de color, su oreja aún tenía las huellas de Dios…
Cuando preguntaron si podían acariciar a ese perro que todo el tiempo había estado en
brazos de nuestra conferencista, ella les dijo que era sordo ciega y que debían
ser muy suaves al acariciarla. ¿Cómo diablos no me di cuenta de eso?, la toqué
el día que estuve aquí, cuando salimos le pusieron el arnés y solo la cargo
para bajar las escaleras… ¿cuándo perdí mi capacidad de observación?.
Al final, les explicó que ella había encontrado
que las semillas secas funcionan mejor, así que de sus frasquitos les dio
semillas a los niños y les pidió a cada uno que recordaran que eran. Las madres
solo observaron todo, no preguntaron, pero sin duda disfrutaron todo el tiempo
de las preguntas de sus hijos.
Cuando los niños y se marcharon me invitó a su
oficina y le dije que sentía mucho que su perro fuera sordo, pero me dijo que
antes que sordo ciega Bubu era una criatura inteligente y que ella se adaptaba
al ambiente de la misma forma que cualquier otro perro, que no había razón para
tenerle lástima.
Comencé dando mi reporte sobre el número de
preguntas de los niños: conté 56 preguntas en el salón y contigo 72, tomando en
cuenta que se hicieron en un lapso de 70 minutos nos da un promedio de 1.82
preguntas por minuto y si lo dividimos entre 20 niños entonces tenemos un total
de 6.4 preguntas por niño…
-El siguiente
paso sería analizar las preguntas y dividirlas en preguntas que han podido escuchar de otras
charlas, preguntas que han desarrollado durante las explicaciones y preguntas
sin sentido o solo por preguntar. Con ello, estarías haciendo una investigación
cognitiva. Pero no te preocupes, para ello necesitas grabas a los niños para
hacer un análisis posterior de las sesiones.
¿En
serio?, ¿no necesito tener un post doctorado para hacer investigación?.
-¡No!,
solo necesitas una pregunta o la necesidad de resolver un problema. ¡Más simple
que Facebook!.
El fin de
semana busqué más información e hice un plan de acción que me sorprendió pues
todo era perfectamente claro. ¡No más
miedo!, me di el lujo de salir a correr por la tarde, me sentía relajado.
El lunes,
los niños me dijeron que ya habían sembrado las semillas que les habían dado y
otros dijeron que pondrían a secar más semillas. Decidieron trabajar bajo dos ambientes, algunos emplearían tierra y otros un algodón con agua,
compararían el crecimiento y como ya estaban formados los equipos cada uno sabía perfectamente su
labor.
Algunos me dijeron que habían ido el fin de
semana al Jardín Botánico de la Ciudad, y recibí notas de los padres
agradeciendo que estuviera haciendo algo por sus hijos. El papá de José me
escribió una nota diciendo que su hijo es nieto de campesinos en un pueblo de
México y que les haría muy feliz que su hijo aprendiera el amor por la tierra y
las plantas.
Estuvimos
leyendo de Google artículos sobre las plantas que complementaban perfecto lo
que decía su libro, y apreciaron mucho las fotografías que nuestro guía me
había dado para exponer el tema.
Aún había
mucho que hacer pero, creo que estábamos por buen camino. Además esto nos
permitiría usar los números, por supuesto la lectura y la escritura y las
habilidades gráficas y de expresión. Desarrollarían la capacidad de
observación, estarían analizando y resolviendo problemas, comparando
resultados, haciendo investigación, pero sobre todo, los niños estaban en
contacto directo con la ciencia… ¡y sin dolor alguno!. Quizá aprenderían a
amarla más de lo que yo nunca aprendí en todos mis años de escuela.
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