La vida estaba pasando como sin sentirla, ya tenía 24 años y la única novia que había tenido me dejo cuando le dije que quería ser maestro de enseñanza básica. Supongo que mis palabras le pusieron fin a su idea de una casa con jardín y un auto a la puerta, con una vida como la que mi padre daba a mi madre siendo propietario de una empresa que figuraba en la Bolsa de Valores.
No sufrí demasiado por su actitud, después de todo deseaba probar mis propias ideas y había una posibilidad que mi primera asignación docente no fuera en mi ciudad natal.
Solo había tenido dos empleos en mi vida. El primero fue un momento de locura de mi padre que pensó que debería conocer su empresa desde los cimientos, y me hizo pasar por todas las pruebas para ser mensajero. Supuso que era una forma de conocer a todos y hacer una red profesional. El proceso tardó casi dos meses y dos días antes de que comenzara la Serie Mundial me notificaron que había sido aceptado en el turno nocturno. Trabajé con entusiasmo dos días y luego no pude dejar de lado asientos detrás de home. Perdí mi empleo y mi padre me gritó durante una semana.
Mi segundo empleo consistió en sacar a caminar al perro de mi vecino, ¿qué podría salir mal?, conocía a Ruffus desde hacía años y era un buen perro, salimos y cuando pensaba que estaba disfrutando la caminata, Ruffus corrió como poseído detrás de un gato, que no dudó en mostrar sus habilidades con las artes marciales, en menos de dos segundos Ruffus gritaba porque el gato lo había rasguñado. Como pude limpié la sangre, llevé a Ruffus a casa, le pedí que no dijera nada, pues era vergonzosa su situación y le notifiqué a mi vecino que tendría que ir a visitar a alguien en Aspen. No le cobré por la salida.
Como golpe del destino, quizá por que deseaba independizarme y mostrarle al mundo que podía hacer algo por mi mismo, mi tercer empleo sería en los suburbios de la ciudad de Chicago. Después de vivir en el ajetreo de Atlanta en Georgia, sería un buen cambio de aire. Se veía un lugar tranquilo y estaría lejos de los ojos de mi padre y de los cuidados de mi madre.
Con mi mísero sueldo, logré encontrar una habitación que me permitiría caminar hasta la escuela, con una biblioteca a golpe de piedra y la oportunidad de usar el sistema de transporte público si deseaba conocer el centro de Chicago. Eso le dejaba a mi madre el auto para ella sola y me daba el pretexto para visitarla solo en ocasiones especiales.
Después de disfrutar una cena e ir al cine, deje a mis dos mejores amigos para poder levantarme temprano y poder tomar un vuelo de Atlanta al aeropuerto O’Hare. Había volado muchas veces en mi vida, pero este viaje tenía un sabor especial. Sería el primer día del resto de mi vida.
Me levanté esa mañana y mi madre estaba despierta, era raro en ella, pero me había preparado un sándwich y un jugo de naranja. Cuando me dio la bolsa con mi lunch, me dijo que me gustaba mucho esa combinación cuando iba a la escuela. La mire a los ojos por un momento. Creo que vi mi miedo reflejado en sus ojos, así que la abrace y le dije que todo estaría bien, que si las cosas no funcionaban prometía regresar para que me mantuviera algunos años más.
Sentí su abrazo como cuando me gradué, me miró por unos momentos fijamente y me recordó que mi familia siempre había tenido recursos económicos y que no tenía que probarle nada a nadie. Solo pude balbucear: “lo sé, esto no es para mostrarle a nadie que puedo, quiero demostrármelo a mi mismo”.
Me miró de nuevo y con una lagrima me dijo fuerte y claro: “estoy orgullosa de ti”.
Me preguntó si podía llevarme al aeropuerto, pero le dije que prefería comenzar a saber lo que era usar el transporte público, pero no aceptó mi respuesta. Le pidió a un chofer que me llevara al aeropuerto.
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