Una semana antes del día de Acción de Gracias se anunció un
programa de cierre de escuelas en la
ciudad. El gobernador anunció que cerraría al menos 30 escuelas pero esperaba
la revisión del consejo educativo, pues el número lejos de ser menor, podría
llegar al menos hasta 50 escuelas.
Los maestros, padres de familia y los niños salieron a las calles
a protestar. A veces había protestas frente a nuestra escuela. Los niños
comenzaron a preguntar que harían si cerraban la escuela. A veces la directora
intentaba dar explicaciones que terminaban en una cara de duda sobre el futuro.
Era curioso, cuando el dinero no alcanza, la educación sufre las
consecuencias, era como si el Estado pensara que no valía la pena invertir en
los niños de escuelas públicas. Pero, aún cuando yo asistí a escuelas privadas,
había comenzado a ver uno de los muchos problemas de la Educación: No se centra en la capacidad de
aprendizaje, sino en los recursos que se invierten y en este sentido, no sentía
pena ni por el Gobernador, ni por los directivos de las escuelas, sino por los
niños que terminarían sufriendo las consecuencias de los errores de otros.
Un día antes del fin de semana largo por Acción de Gracias, le
dije a los niños que deberíamos cada uno dar gracias por lo que cada uno
quisiera, y que yo daba GRACIAS por tener el gran honor y gusto de estar con
ellos.
Sus caras se centraron en mi,
y cada uno fue tomando turno para hablar mientras todos agachamos la
cabeza para escuchar con atención sus palabras…
- Doy Gracias por tener una escuela donde estudiar, pero sobre todo, por tener un maestros que me deja reír.
- Doy Gracias porque mis padres me dejaron estudiar, ellos dicen que las niñas no merecen ir a la escuela, pues cuando crecen se casan.
- Doy Gracias porque mi papá no se enojó ayer cuando le dije que quiero ser astronauta.
- Doy Gracias porque mi hermano me prestó su libro de matemáticas.
- Doy Gracias por que las plantas crecieron y ganamos en listón azul en la feria de ciencia.
- Doy Gracias porque mi perro se comió la nota que me dio el otro día la maestra de música por distraerme en clase. Pero no tengo la culpa que una paloma se atravesara por la ventana.
- Doy Gracias a Dios por no darle pulgas a mi gato, papá dijo que si le ve una pulga lo echará de la casa.
- Doy Gracias porque mis compañeros nunca se burlan de mi.
- Doy Gracias por el sándwich que mi mamá me prepara todos los días.
- Doy Gracias por el pavo que va a preparar mamá y porque el ejercito le permitió a mi hermano venir a visitarnos.
- Doy Gracias porque los médicos curaron a mi mamá.
- Doy Gracias por el nuevo empleo de mi papá.
- Doy Gracias porque mi mamá no ha estado triste desde hace varias semanas.
- Doy Gracias porque ya aprendí que soy capaz de hacer cosas que todos decían que no podría.
Esa tarde tomé un taxi para ir al aeropuerto para disfrutar con mi
familia las fiestas. Las palabras de los niños retumbaban en mis oídos y di
gracias por los sándwiches que mi madre me preparaba, por el empleo de mi
padre, porque nunca tuve un gato con pulgas y porque a pesar de tener todos los
recursos que mi padre y su imperio me pudieron dar, no me había quedado en el
camino.
Me di cuenta que no importa si se es rico o pobre, un estudiante
es siempre vulnerable a los designios de la Educación, que pretende decidir el
futuro de cada uno, pero al final, uno es dueño de su propio destino.
Cuando llegué a la salida del aeropuerto, estaba a punto de buscar
como tomar un taxi, cuando vi al chofer de mi madre que me esperaba tan formal
como siempre, desde que era niño, siempre era él quien me llevaba a la escuela,
en su uniforme negro, con esos mismos modales ingleses, pero hoy me detuve a
ver su cara, sin duda había cambiado. Mientras yo me volví un hombre de
provecho, él había envejecido, y me di cuenta que no sabía nada sobre su
familia.
Esta vez, me senté en el asiento delantero del auto y platiqué con
él sobre su familia y le di las gracias por tantos años de leal servicio y todo
lo que había hecho por mi familia, especialmente por mi madre.
Cuando llegamos a casa, mi madre abrió la puerta y me abrazó como
si estuviera a punto de darle un anillo de diamantes rosas. Le di las gracias
por todo lo que había hecho por mi, y la bese, como cuando era niño.
Mi padre trabajaba en su estudio y por primera vez escuche que le
dijo a su socio: “espera un momento, te llamo el lunes, mi hijo llegó a casa”.
Le di las gracias por nunca haber perdido su empleo, por no haberse enojado
conmigo cuando le dije que quería ser maestro de escuela pública, a lo que me
respondió con una sonrisa que pocas veces exhibía: “¿quién dijo que no me enojé?
Dar gracias tomó sentido ese día, recordé que cuando tenía 4 años vi
en la televisión a un niño tan pobre que parecía que moriría de hambre. Le dije
a mi madre que si un día encontraba a un niño pobre en la calle lo invitaría a
comer a casa; pero no había niños pobres en los sitios que nosotros
frecuentábamos, así que pensé que esos
niños no existían.
Después de mi primera cena en casa, le di a mi madre los obsequios que los padres de los
niños habían hecho para ella, y le pregunté si se acordaba de mi idea de
invitar a un niño pobre a comer a casa, ella me dijo que sí, y que desde
entonces apoyaba a la UNICEF en su lucha contra la pobreza infantil con un
donativo que llevaba mi nombre.
Le di las gracias por haber hecho de mi la persona que era. Dar
gracias tenía que ser una acción y no una tradición.
Al otro día, invité a mis padres a Jamba Juice, y pedí un smoothie
desabrido y le conté a mis padres sobre mis días como maestro, y no dejamos de
reír toda la tarde. Les di gracias por dejarme
cometer mis propios errores, que ahora tenían un sentido extraordinario.