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Friday, April 12, 2013

17. Jugando con las evaluaciones


Toda la charla de esa tarde se centró en ideas de cómo lograr que los niños no vieran las evaluaciones como algo amenazante. Mi mentor me mostró una investigación donde se indica el índice de stress que las evaluaciones provoca en los alumnos, llegando al punto de que sólo escuchar la palabra causaba terror. Pero al final de cuentas, como bien me explicaron todos, cuando se tiene un empleo rara vez sufrimos esas tormentosas experiencias, a cambio de ello, entre más capacidad se tenga para adaptarse al ambiente y para resolver problemas, mayor es el cheque.

En el caso de los maestros solo recibimos ordenes y seguimos agendas, cada vez más personas escriben sobre la infortunada profesión docente, llegando al punto de decir que un sueldo tan miserable no vale la responsabilidad. Eso es cierto, pero aún creo que los niños merecen un poco de esfuerzo.

Durante el fin de semana, todos pensamos en las preguntas y posibles respuestas que se podrían encontrar en los exámenes, las validamos y las pusimos en una aplicación en la cual cuando se responde permite ver si la respuesta es correcta o no, pero aunque suene genial, la verdad es que nunca se detiene a analizar las respuestas. Eso es lo que estaríamos haciendo con los niños, darles la capacidad de análisis y entre todos responderíamos, sin que lo sintieran aversivo, esperando que pudiéramos romper con la idea de que la evaluación no importa.


El lunes llegué al salón y propuse un juego con el que comenzaríamos cada día, sería una especie de concurso como Jeopardy y todos los niños  tendrían turnos para responder. A diferencia del error común  de trabajar en grupos, las respuestas se darían de manera individual, pues al final, las calificaciones son individuales, así que evitaría el sesgo de que confiaran en las habilidades de otros, pues cada uno debe crearlas y usarlas en su beneficio.

El juego consistía en responder, analizar las respuesta y compararla con la respuesta correcta. El grupo se dividía en 4 y por turnos cada una de las divisiones respondería, el grupo de ganara al menos 5 puntos, pues se harían 19 preguntas por día, tenía el derecho de decidir la siguiente actividad, que podría ser lectura, escritura, matemáticas o ciencia. Eso nos daría flexibilidad durante la clase y a ellos un premio.

Aprendí que si una respuesta les era confusa, podría trabajarla durante las actividades del día para consolidar sus conocimientos. Reíamos tanto que ellos mismos comenzaron a medir la velocidad de las respuestas.

Cada uno anotaba aquello que aprendía durante el día en una bitácora que improvisamos en la pared sur del salón, creando así ideas que todos veían y por supuesto empleaban en su propio beneficio.

Es cierto que no todos los niños tienen la misma motivación, así que a quienes veía más reticentes, los invitaba a que presionaran las preguntas, leyeran las respuestas, poco a poco todos se integraron.

En 15 días el juego era la actividad más fascinante del día. Teníamos solo 10 días más antes del examen. Mientras mi estómago se encogía más pensado que a los niños les iba a causar tensión, ellos parecían disfrutar más de nuestro simulacro, incluso el tiempo dejo de ser molesto para ellos. Quizá estaba en el camino correcto, quizá saldríamos bien librados de todo el proceso.

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