La historia nunca fue de mi agrado. ¿Qué se supone que debe uno aprender del pasado?. Supongo que la idea es entender que otros cometieron errores y que no deberíamos repetirlos, pero la verdad es que muchos de ellos se repiten una y otra vez. Parece que algunas cosas simplemente se reciclan.
No me avergüenzo de decir que la Historia
no tenía sentido para mi, tampoco de decir que siempre me aseguré de tener
buenas relaciones con cualquiera que le gustara estudiar, sin importar si eran
agradables o no, aprendí rápidamente que nadie experto en todo, así que debía
buscar apoyo especializado.
¿Cómo iba a enseñar Historia a los
niños?, ¡no se puede inspirar si algo nunca fue inspirador!. Esta idea me
mantuvo despierto durante varios días. Estaba tan cansado que una mañana decidí
ser honesto con los niños. Ese día después
de reír a carcajadas después de la lectura de un cuento, de la nada, miré a los
niños y ellos pensaron que les dirigiría un discurso inolvidable, pero en lugar
de ello, les dije abiertamente que no me gustaba la Historia.
Creo que cuando terminé mi pequeña
confesión, me sorprendió la mirada de los niños, sus ojos parecían platos,
todos me miraron por un segundo, hasta que Mita se levantó a abrazarme, increíblemente,
me sentí mejor, especialmente cuando ella me dijo casi en un susurro: “No se
preocupe maestro, nadie es perfecto, a mi no me gusta la sopa de lentejas”.
Los niños comenzaron a sonreírme como
cuando ven el helado deseado durante un día de mucho calor veraniego, y uno a
uno hizo distintas confesiones. Desde José que no le gusta que su hermana le
quité el control remoto, hasta Johary que admitió que odia que su mamá le
compre vestidos rosas.
Pensé por un momento: ¡Diablos, todo lo que tenemos que soportar cuando niños
gracias a ese afán parental de hacernos personas de bien!, y lo peor de todo es
que haciendo historia… todos pasamos por algo que odiamos y ¡no nos hace
mejores!.
Cuando me repuse de mi asombro, los niños
me dijeron que pondrían mucho empeño por aprender Historia, que no me
preocupara, que no le dirían a nadie sobre mi secreto.
Les propuse aprender Historia como yo
hubiera deseado que me enseñaran, con películas, juegos, bailes y bromas. Si
así me hubieran enseñado, quizá me habría enamorado de ella y ahora estaría
dando conferencias sobre la Guerra Civil o buscando piedras perdidas en el
Ártico, pero nadie me enamoró, a nadie le importó, solo debía elegir entre A, B
o C y si lo hacía mal, nada pasaba, y si lo hacía bien tampoco.
En tercer grado, como el resto del grupo,
le pagué 5 dólares en cada examen a John
Mulder por responder mis pruebas. Él se ha hecho aún más rico desde entonces
diseñando pruebas, y yo me convertí en maestro, deseando hacer sufrir a los
niños como lo hicieron todos en mi infancia.
Tal vez, después de todo la historia
tiene sentido, nos permite comprender las tonterías pasadas para reírnos de nosotros
mismos. Pero espero que los niños lo entiendan mejor y aprendan a sentir pasión por algo, aunque sea por la
vida de alguien que seguramente no conoció un retrete o pudo limpiarse el
trasero con papel ecológico.