Regresaba de correr un sábado por la mañana, dispuesto a no hacer nada durante el fin de semana, cuando descubrí un correo electrónico cuyo título era simplemente: “concurso de escritura”.
Con temor lo abrí
sabiendo que eso arruinaría mi fin de semana, me senté por un segundo para
reponerme de la carrera pero luego me dije a mi mismo que no debía preocuparme,
si comprendí bien el proceso de lectura, entonces la escritura debía basarse en
el mismo principio, excepto que añadía un proceso extra, ya que no consiste
solamente en arrojar letras sobre una hoja, hay que dar coherencia, ritmo a una
idea, que de primera instancia debía existir.
El mensaje era una
invitación para participar en el concurso de escritura anual de la escuela, sin
mayor intención que incentivar el valor de la palabra en los alumnos.
El fin de semana pensé
en diversos temas que quizá los niños podrían trabajar, al principio creo que
me sentí tentado a escribir yo mismo un cuento, entrelazando párrafos míos con
otros de los niños, pero eso era dudar de su capacidad creativa, así que
terminé escribiendo solo palabras que les dieran un poco de inspiración al
grupo.
El domingo por la
noche le llamé a Gaby y después de un poco de charla concluyó diciéndome:
“confía en el talento de los niños”.
El lunes presenté la
tarea al grupo, les mostré mis ideas y les expliqué que el concurso requería un
cuento, sobre cualquier tema con la única condición que fuera absolutamente
original.
Cuando concluí las
explicaciones, pude escuchar el silencio absoluto que las mentes trabajando
producen, y los ojos de todos me miraban con tal concentración que imaginé
luces de 23 tiradores apuntando hacia mi cabeza.
Por
un momento me asustó ese silencio, pero después de un rato Mita sonrió y dijo
en voz alta: “¡Hagamos un cuento sobre la luna!”, y entonces Johana brincó de
su asiento y gritó con alegría: “Un cuento de la luna sentada en una semilla de
jitomate”… el silencio cayó de nuevo entre nosotros, pero ahora mis ojos los
miraron a todos… solo pude decirles: “bien chicos, ustedes piensan y yo
escribo”… todos sonreían dispuestos a disfrutar la tarea…
Había una vez… una
huerta llena de vegetales de esos que nos les gusta comer a los niños, pero
esta huerta era especial, ya que un grupo de estudiantes la cuidaban y daban
agua, pues aprendieron lo importante que es atender a las plantas, y el papel
de las abejas en el proceso de producción de los alimentos.
Estas plantas era
celosamente protegidas pues gracias a ellas, este grupo de niños había ganado
un listón azul en la feria de ciencia y le habían demostrado a la directora que
no eran niños tontos…
No sé si sea correcto
escribir eso… tal vez podemos escribir la misma idea de otra forma…
Estas plantas era
celosamente protegidas porque era una promesa de alimentación para todas las
generaciones por venir, porque las plantas no solo son bonitas, nos ayuda a
mantenernos vivos.
Era una huerta tan
bonita, que todos la admiraban, y el sol sonreía todos los días, procurando sus
mejores rayos para cada planta.
Pero había un
jitomate especialmente precioso, con flores tan grandes que todos pensaban que
la planta no podría sostener los frutos.
Durante la noche, la
luna observaba atenta cada una de las plantas, le gustaba besar a las
calabazas, e iluminar con sus rayos color de plata a las papas, pero no podía
ignorar las flores del jitomate, que sonreía como cuando el maestro David mira
a su amiga Gaby, con ojos de borrego a medio morir…
¡No es verdad, no la
miro así!, la miro… con … ¡respeto!, ¿ustedes que saben de miradas?
No se enoje maestro,
es solo para darle un poco de impacto a la historia, dijo José…
Ok, entonces dejemos
eso, pero ahora necesitamos drama, solo un poco…
Una noche, en que la
luna estaba durmiendo, un mapache logró romper todos los cercos de seguridad
que los niños habían puesto alrededor. Con un teléfono inteligente rompió los
códigos de los rayos laser y de la computadora principal que mantenían a todos
los intrusos fuera. Además trepó con cuerdas por la barda de protección interna
y logró entrar a la huerta…
Estaba dispuesto a
comerse los frutos que con tanto cuidado habían crecido.
La destrucción era
inminente, pero entonces, los perros vecinos recibieron mensajes instantáneos
de la luna, todos al mismo tiempo y se reunieron fuera de la escuela y
asustaron tanto al mapache, que dejo un poco de caca en su camino de escape…
Caca no es una palabra
muy… correcta…
¿Prefiere usted que
diga que se orinó en los pantalones? Preguntó Mita…
¡Tal vez debería decir
que se cagó del susto!, gritó Salvatore
No chicos, es solo que
suena un poco… violento, pero está bien, eso le da drama a la historia, dejemos
esa versión.
Todos las verduras
sobrevivieron y fueron tan grandes y jugosas que alimentaron a todos los niños
de África, pero los cuidadores, guardaron una semilla de cada una,
especialmente la del jitomate, que dejaron caer en la huerta para que la luna
la cuidara, y estaba tan contenta la luna que una noche, perdió el miedo y se
dejó caer, libre, hermosamente iluminada intentando abrazar a la semilla.
Pero la luna estaba
en los días en que come mucho y es muy gorda, así que rebotó como pelota,
¡poin!, y como si tuviera cuerdas que la atan al cielo, regreso después de
besar a la semilla en la nariz…
¿Cómo se le llama
cuando alguien observa a una persona ejecutar 20 piruetas en el aire sin
parpadear y caer de pie?... así me sentí. Los niños son inmensamente creativos,
si les damos la oportunidad, si son capaces de hacer que la luna bese a una
semilla en la nariz…¿cuál es su límite?.